martes, 22 de septiembre de 2015

A la deriva


Aquella sonrisa daba miedo. 

Quizás porque se trataba de un gesto frío que se estampaba a bocajarro sobre las mejillas, o tal vez porque iba acompañada de unos ojos azules que observaban con fijeza. No había modulación de la voz, ni gestos con las manos, sólo aquella mueca congelada que no alcanzaba a su interlocutor. Surgía de improviso —sin un preámbulo en las comisuras de los labios—para actuar de punto y seguido entre las frases. Cinco segundos de pausa y volvía a desaparecer. 

Algunas veces llegaba escoltada por una carcajada corta, una interjección indolente que no marcaba seguridad, sino distancia. Trazaba una línea invisible de indiferencia. Ni siquiera era una sonrisa de doble filo. No se trataba de un gesto estudiado y calibrado al milímetro, no era una máscara. No quería convencer, ni agradar, ni fascinar. Sólo era eso, un gesto. Solo. Una sonrisa en medio de la nada. Una sonrisa que luchaba por mantenerse a flote. A la deriva.



BB.

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