domingo, 30 de agosto de 2015

Lluvia


Llueve. El cielo está gris y en las calles mojadas brilla el resplandor anaranjado de las farolas. Ella camina despacio. No lleva paraguas. El agua se desliza por su flequillo hasta molestarle en los ojos. Se detiene un instante, saca un cigarrillo del bolso e intenta encenderlo. Es inútil, está demasiado empapado y sus dedos resbalan sobre la rosca del mechero. Aun así, insiste varias veces antes de seguir andando. No tiene prisa. Le divierte escuchar el eco de sus pasos, que no se acompasa con el de la lluvia sobre el capó de los coches y que escolta a su propia indiferencia. Sabe dónde va, pero no le importa llegar tarde. 

Comprendió que tenía que salir de casa cuando no recibió aquella llamada. Del mismo modo que entendió que se había quedado sola. Con calma, colocó la maleta sobre la cama, la abrió y sacó sus cosas una a una, en orden inverso a como las había introducido. Luego se quitó el vestido, se colocó los pantalones de chica dura y se miró en el espejo. En los ojos oscuros no había lágrimas. Tal vez una tristeza distante, que con el tiempo conseguiría esconder. Se repasó el color de los labios y sonrió. Una mueca quebrada, sin ganas. Un reflejo perfecto de ella misma. Cogió el fajo de billetes que estaba sobre la mesa y salió sin mirar atrás. 

Entonces había empezado a llover. 

Y ella sigue caminando despacio, sin prisa. De retomar su vida ya tendrá tiempo después.



BB.







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