martes, 5 de mayo de 2015

Café frío


El café estaba frío cuando se lo llevó a los labios. Compuso una mueca de aversión. Odiaba el café frío.

Miró el reloj. Las dos de la tarde. El tiempo avanzaba despacio, con parsimonia. Con una calma descarada que se reía de ella.

Se obligó a dar otro trago al líquido repugnante. Arrugó la nariz. El sabor amargo del café se tornaba agrio en su descenso por la garganta. La forzaba a pensar en la llamada que había recibido y que había estropeado su ritual cotidiano, sus cinco minutos antes de volver al trabajo. Sus cinco minutos de irrealidad, de paréntesis, de café fuerte manchado de leche calentada a la temperatura justa. El teléfono había sonado, arruinándolo todo. Y ella continuaba sentada en aquella sala pequeña, acompañada por dos grandes ventanales, un sillón vacío y la taza de café frío a medio beber.

Esperaba. No sabía a qué. Aguardaba con una serenidad que de tan ensayada parecía natural. Desgranaba los segundos uno a uno e intercalaba los pensamientos vacuos con sorbos de café. Frío.

El teléfono volvió a sonar. Lo miró de soslayo. Quizá lo estaba esperando a él. Observó el temblor de la mesa que acompañaba a la vibración. No descolgó. Miró de nuevo el reloj para comprobar que las manecillas avanzaban a su ritmo cansado, ajenas a la impaciencia de los demás. Se levantó, se alisó la falda, se repasó el pelo en el reflejo del cristal. El repiqueteo del aparato seguía insistiendo. Alargó una mano, alcanzó la taza que había dejado a un lado y apuró el contenido.

 Sonrió. El café estaba frío.


BB.

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