lunes, 6 de octubre de 2014

Querido Londres

Hace un año bajé del avión con un cosquilleo en el estómago. Había miedo en el nerviosismo que me obligaba a pasarme una mano por el pelo con frecuencia. De modo automático, me llevaba un dedo a los labios, me rascaba la nariz y me recolocaba las gafas. Conocía el camino y los pasos que tenía que dar. Podía fingir seguridad. Sabía el tren que debía coger tras pasar el control de aduanas del aeropuerto; sabía el trayecto que haría el taxi desde la estación a la casa en que me alojaría. Y también estaba convencida de que me entrarían ganas de llorar cuando me quedara sola en una habitación que no era la mía.

Había fantaseado tanto tiempo con aquel día, que no me había preparado para que se hiciera realidad. Estábamos mi maleta, tú y yo. A nuestras espaldas quedaban todos los años que habíamos pasado conociéndonos, todo lo que yo te había escrito, todas las conversaciones que habíamos tenido sobre ese preciso momento. Y como no sabía qué decir, no dije nada. Me puse manos a la obra: a buscar casa y un hueco en la ciudad.

Fuiste un anfitrión inmejorable. Sonreíste, te pusiste el traje gris que guardas para las ocasiones especiales y me invitaste a entrar. Welcome home.

Los dos sabemos que no fue fácil. Teníamos kilómetros de complicidad, pero no de día a día. Nos faltaba rutina, confianza, seguridad. Yo quería que me aseguraras, desde el primer instante, que no me había equivocado viniendo a ti; y tú te limitabas a asentir con la cabeza, sin garantizar nada. Ahora me doy cuenta de que tú tampoco estabas absolutamente convencido, que avanzábamos los dos a tientas. Era nuestra aventura.

Comenzamos bien y fuimos a mejor. Un año da para mucho y hemos tenido ocasión de trastabillar, de perdernos en el camino, de estar a oscuras. Pero también hemos sabido encontrar el interruptor cuando nos quedábamos sin luz y aprendido a hacer equilibrismo a la pata coja. El té nos lo han servido con ración extra de vértigo más de una vez.

Bajé del avión cuando las hojas se sonrojaban en Hyde Park. He de confesar que estás muy guapo así, vestido de otoño. Y cuando llueves y todo se vuelve gris. Y cuando te olvidas las nubes en casa y parece que te hayan subido el color con el contraste. Ha pasado un año y aún me dura el cosquilleo en el estómago. Me duran, también, las ganas de seguir descubriéndote y de que me sorprendas con más giros inesperados de la trama en la historia que me estás contando. Nuestra historia. La mía. Esa en la que me has enseñado a poner los puntos y aparte en el lugar adecuado. La que empezamos a soñar una tarde lluviosa hace ya nueve años, sin saber dónde nos llevaría.

La que seguimos soñando, sin saber qué habremos escrito en la siguiente página.


When a man is tired of London, 
he is tired of life;
for there is in London all that life can afford.


BB.

1 comentario:

makeupmymind dijo...

Wonderful, as always