Hace
un año bajé del avión con un cosquilleo en el estómago. Había miedo en el
nerviosismo que me obligaba a pasarme una mano por el pelo con frecuencia. De
modo automático, me llevaba un dedo a los labios, me rascaba la nariz y me recolocaba
las gafas. Conocía el camino y los pasos que tenía que dar. Podía fingir
seguridad. Sabía el tren que debía coger tras pasar el control de aduanas del
aeropuerto; sabía el trayecto que haría el taxi desde la estación a la casa en
que me alojaría. Y también estaba convencida de que me entrarían ganas de
llorar cuando me quedara sola en una habitación que no era la mía.
Había
fantaseado tanto tiempo con aquel día, que no me había preparado para que se
hiciera realidad. Estábamos mi maleta, tú y yo. A nuestras espaldas quedaban
todos los años que habíamos pasado conociéndonos, todo lo que yo te había
escrito, todas las conversaciones que habíamos tenido sobre ese preciso
momento. Y como no sabía qué decir, no dije nada. Me puse manos a la obra: a buscar
casa y un hueco en la ciudad.
Fuiste
un anfitrión inmejorable. Sonreíste, te pusiste el traje gris que guardas para
las ocasiones especiales y me invitaste a entrar. Welcome home.
Los
dos sabemos que no fue fácil. Teníamos kilómetros de complicidad, pero no de
día a día. Nos faltaba rutina, confianza, seguridad. Yo quería que me
aseguraras, desde el primer instante, que no me había equivocado viniendo a ti;
y tú te limitabas a asentir con la cabeza, sin garantizar nada. Ahora me doy
cuenta de que tú tampoco estabas absolutamente convencido, que avanzábamos los
dos a tientas. Era nuestra aventura.
Comenzamos
bien y fuimos a mejor. Un año da para mucho y hemos tenido ocasión de
trastabillar, de perdernos en el camino, de estar a oscuras. Pero también hemos
sabido encontrar el interruptor cuando nos quedábamos sin luz y aprendido a
hacer equilibrismo a la pata coja. El té nos lo han servido con ración extra de
vértigo más de una vez.
Bajé
del avión cuando las hojas se sonrojaban en Hyde Park. He de confesar que estás
muy guapo así, vestido de otoño. Y cuando llueves y todo se vuelve gris. Y
cuando te olvidas las nubes en casa y parece que te hayan subido el color con
el contraste. Ha pasado un año y aún me dura el cosquilleo en el estómago. Me
duran, también, las ganas de seguir descubriéndote y de que me sorprendas con
más giros inesperados de la trama en la historia que me estás contando. Nuestra
historia. La mía. Esa en la que me has enseñado a poner los puntos y aparte en
el lugar adecuado. La que empezamos a soñar una tarde lluviosa hace ya nueve
años, sin saber dónde nos llevaría.
La
que seguimos soñando, sin saber qué habremos escrito en la siguiente página.
When a man is tired of London,
he is tired of life;
for there is in London all that life can afford.
for there is in London all that life can afford.
BB.
1 comentario:
Wonderful, as always
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