martes, 15 de octubre de 2013

Black coffee

El hombre pidió un café muy caliente. Negro, sin leche. 

Eligió una mesa apartada y se sentó con una mueca de dolor y un suspiro de cansancio. En su cabello oscuro, que perdía color en las sienes, brillaba la lluvia reciente y su chaqueta goteaba en la silla contigua. Sacó un periódico de la cartera pero no lo leyó; su vista se perdía a través de la ventana, en los coches fugaces y los transeúntes invisibles. 

Miraba el reloj cada pocos segundos; aunque en su gesto no había prisa, sólo un reflejo automático al que no prestaba atención. 

Cuando la camarera colocó el café en su mesa, observó la taza durante varios segundos antes de atreverse a acercar la mano, asir el pequeño mango y llevársela a los labios. Quemaba. No se inmutó. Estaba cauterizado contra aquel tipo de escaldaduras y casi sonrió con el primer trago. 

No volvió a probarlo. Dejó que se enfriara el líquido negro. Ya no le interesaba el contenido de la porcelana blanca, ni el regusto amargo, ni la abrasión en la garganta. No había nada en aquella mesa que lo retuviera. Ni siquiera el café. Había removido con el azúcar los recuerdos que buscaba.

Sacó del bolsillo dos monedas, las dejó junto a la taza y se levantó con pereza, saliendo a la calle de nuevo y diluyéndose en la cortina de lluvia gris.


BB.

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