miércoles, 23 de octubre de 2013

Pancakes with honey

La chica aparecía todas las tardes. Alrededor de las tres. Las tres y cuarto, a lo sumo.

Se presentaba con su melena corta peinada con gracia y los ojos oscuros tras unas gafas de pasta. Saludaba sin escatimar en sonrisas y sabía elegir siempre el mejor rincón de la cafetería, aunque estuviera atestada. El mismo que habría elegido yo.

Llegaba antes que su acompañante -no sé si puntual o por la necesidad de adelantarse- y aparcaba el bolso negro con hebillas doradas, que acompañaba a la elegancia de los vaqueros ajustados, camisa a rayas y blazier impecable, a un lado de la mesa mientras le indicaba al camarero que no necesitaba el menú. Se entretenía con el teléfono hasta que avistaba a su amiga de turno en la entrada. Levantaba la mano ligeramente -gesto estudiado, sencillo- y el carmín rojo de los labios dejaba entrever una dentadura de especialista. 

Su pedido era siempre el mismo: café con leche descremada y tortitas. Con miel. 

Podía pasarse horas charlando, hasta agotar la luz del local, y marcharse cuando las escobas ya habían pasado. Sus conversaciones me llegaban a medias y jamás pude reconstruir una historia completa. Sé que se hablaba de hombres, de trabajo, de fiestas. Había cotilleos, seguro. Risas cómplices. Pero detrás de toda esa fachada de decisión y saber estar, había una niña.

Y a esa niña que se le escapaba por la comisura de los labios cada vez que daba las gracias, yo le servía tortitas. Con extra de miel.


BB.

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