Los minutos pasan despacio. El
tiempo se dilata con descaro, se burla en la cara de la impaciencia. El autobús
avanza, pero no llega nunca. El paisaje se difumina al otro lado del cristal;
cambia de colores a ratos, pero confabula con el aburrimiento y se torna
monótono. Hace calor, hace frío. Fuera llueve, dentro se intenta dormir, con la
cabeza bailando de un hombro a otro. Se dejan atrás ciudades, se cruzan
fronteras. Naranjos, molinos de viento, alcornoques. Cambia el idioma, se
atrasa el reloj. Se ralentiza la
realidad.
Lisboa es gris, porque llueve.
Pero seguramente, también será azul. Y caótica. Ciudad de edificios que fueron
y aún son. Pasado que quiere ser presente, pero que se resiste a avanzar.
Para el autobús. Quejidos
soñolientos, rodillas entumecidas. Sonrisas cansadas. Hemos llegado.
Obrigado.
BB.
BB.
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