miércoles, 11 de junio de 2014

Ellas

La sala olía a disolvente y a tinta secando en los estantes. El silencio -el de las cuatro personas desperdigadas que trabajaban, concentradas en sus tareas- resaltaba por contraste: el murmullo del motor de la prensa que movía los rodillos, el tintineo de las piezas metálicas colocadas en las galeras, el roce de las hojas de papel. 

Al fondo, alguien cargaba con una bandeja llena de pequeños bloques. Eran las letras separadas en compartimentos, aisladas unas de otras para evitar que tomaran significado. Aguardaban impacientes el momento en que la mano las elegiría, las sacaría de su letargo y las acomodaría sobre una bandeja de hierro. Una a una se distribuirían en fila, se saludarían las vecinas lejanas -como la ce y la erre, que hacía tiempo que no coincidían- y se dejarían organizar en líneas, en párrafos, en justificación a la izquierda. Un cosquilleo les subiría desde la base rectangular hasta la silueta de la tipografía, pasando por la muesca que indicaba la orientación de la pieza. Revivirían con el contacto, entusiasmadas por la aventura que tendrían por delante. No les molestaría la intromisión de los espacios, que eran más bajos y muy tímidos, y las separaban en grupos; ni tampoco las tiras de plomo, que se colaban entre renglones. Todo formaría parte del mismo juego.

Y cuando el último punto estuviera en su sitio final, llegaría la hora de viajar hasta la prensa, apretarse entre barras de hierro y quedarse muy quietas, calladas bajo el rodillo cargado de tinta negra que se aproximaría con suavidad para cubrirlas por completo. Tras la segunda pasada de color, permanecerían en tensión, disfrutando del instante solemne del que eran las únicas protagonistas. Ellas, que esperarían la vuelta del rodillo acompañado de la hoja de papel. 

Ellas, que imprimirían una historia.


BB.

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