jueves, 3 de abril de 2014

Decaf Latte

Me preguntaba cómo lo hacían. Lo de escoger un café, digo.

Se acomodaban en la silla, abrían el menú y repasaban la lista de bebidas con aire de fingida concentración. Yo les buscaba los ojos, mientras ellos los tenían puestos en la letra menuda de la carta, y me esforzaba por detectar el momento en que se producía la decisión.  Incluso, probaba a adivinar el veredicto. 


Nunca lo hacía, claro.


Allí estaban, sentados con aquel perfume a recién salidos de la ducha un domingo por la mañana, queriendo despejar la incógnita del desayuno: espresso macchiato o tazón de café aguado. A veces, se refugiaban en una taza de té, con un poco de leche; pero se notaba que ellos no eran de los que toman agua con infusión, que sólo era el capricho de un día de fiesta.


Los valientes llegaban más tarde. Venían con los deberes hechos de casa, porque igual traían horas de insomnio acumuladas y querían canjear los puntos. Entraban decididos, sin vacilar, el discurso casi ensayado y el café en los labios. Yo oía las palabras antes de que pidieran el café solo, corto.


Y entonces, sentenciaban: un café con leche, descafeinado.


BB.

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