jueves, 9 de enero de 2014

Casi

Al salir de la estación del metro, torcía a la izquierda. Recorría una calle en curva con los árboles desnudos por el invierno y a la que el sol -en esas raras ocasiones en que se dignaba a aparecer- iluminaba con palidez oblicua. Y en la esquina, de nuevo a la izquierda para entrar en una vía larga, de fachadas iguales si mirabas con prisa. Silenciosa, casi monótona. 

Casi.

Sentía un placer especial al escuchar el eco de mis pasos sobre la acera. El viento me helaba las mejillas y la lluvia -a veces- empañaba mis gafas. Y mientras me mordía una sonrisa, observaba. Jugaba a encontrar las mil diferencias entre fachadas idénticas: una persiana blanca, un mirador iluminado, la ventana con flores, la puerta con dos perros de piedra a los lados. Pero si por algo degustaba aquel paseo de cinco minutos, era por las pequeñas -y mínimas- intimidades que podía robar a través de las ventanas. Me moría de curiosidad por descubrir lo que se escondía tras esas fachadas blanquecinas y sonreía a medias, como una niña, cuando entre los pliegues de una cortina vislumbraba un sofá o una estantería cargada de libros. De los cristales bajos en los patios ingleses, robaba juguetes esparcidos sobre una moqueta, platos acumulados en la pila de una cocina, una cama desecha. También había lámparas de cristales infinitos, árboles de navidad con luces de colores, mesas esperando a la cena. Y yo me sentía como en casa, acunada por tantas historias que no me pertenecían.

Pero que podía inventar.


BB.

1 comentario:

Sara Mehrgut dijo...

Una delicia leerte, Berta, y sumegirme contigo en el invierno londinense.