lunes, 11 de marzo de 2013

La casa de la esquina

Me había enamorado de la casa. Los techos tan altos, las paredes blanquísimas, la luz que se derramaba por las ventanas. La infinidad de estanterías y el millón de recovecos que parecía albergar me habían robado el corazón. Casi me veía a mí misma andando descalza sobre los pavimentos de cerámica hidráulica, en ese futuro que siempre había soñado. 

Y no sólo a mí. Nos veía a las tres. Y al gato, que se llamaría Mies.

Para vosotras,
BB.



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