lunes, 11 de julio de 2016

Luz

El agua está fresca y hay mucha luz. Luz de verano, pálida y brillante; luz que calienta la piel y dibuja sombras bajo las hamacas; luz que chapotea en la piscina, que va y viene, que refleja el cielo impecable.

Una silueta cierra los ojos y saborea la atmósfera cargada de calor. Escucha la conversación risueña de los pájaros y el ulular de algún ave nocturna que se ha olvidado de ir a dormir. Levanta una mano para apartar la mosca que zumba en su oreja. Un gesto lento, desganado. El sol de mediodía ralentiza los movimientos y frena el ritmo de las ideas, se relaja la respiración, no hay prisa.

Un pie roza el agua. Baja un escalón, luego otro. La piel nota el contraste de temperatura, se encoge el estómago al contacto con el líquido frío. Los pulmones cuentan hasta tres. Se cierran los ojos, se tapa la nariz y se sumerge la cabeza. El silencio cambia, ahora es una presión en los oídos. Los pensamientos se expanden: bucean a sus anchas sin aire, sin ruido que los acompañe. Los párpados se aflojan y la mirada descubre un paisaje borroso. Un azul transparente que se funde con la luz. Luz de verano, pálida y brillante. Luz que atraviesa el agua, que frena el tiempo, que cambia poco a poco hasta volverse gris. Gris de verano, pálido y lluvioso.


BB


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